lunes, 15 de agosto de 2011

Demasiado Tarde


Contra lo que mucha gente podría pensar (particularmente el protagonista de este artículo), en el trujillano tardón las causas de su comportamiento no son genéticas sino culturales. En buen cristiano: el truijillano tardón  es tardón porque entre las muchas características de su seductora personalidad están las de ser descuidado, indisciplinado y apocado.
Claro, eso lo sabe todo el mundo; el problema radica en que –como ya se ha dicho- el único impenetrable a esta verdad es justo el tardón, quien –siempre autocrítico- le echa la culpa de todo a la mala suerte, al clima, al amor, a su signo y, en general, a cualquier otra tontería que se haya inventado el hombre para evitar enfrentarse consigo mismo.
Pero como en Crónicas de Contempo no nos casamos con nadie (científicamente hablando, claro) en la siguiente secuencia comportamental vamos a demostrar que nuestro personaje está más equivocado que Goliat cuando dijo que un enano con guaraca no podía hacerle daño a nadie.
Así pues, a continuación desglosaremos en toda su crudeza la rutina diaria del tardón promedio.
ANTECEDENTES
La tardanza se gesta a la hora de acostarse, cuando el tardón mira su reloj y se da cuenta de que por ver la repetición de su telenovela mejicana (que sigue en su tercera versión, protagonizada por la bisnieta de la protagonista de la versión original) le han dado las 3 de la madrugada.
Mientras se preocupa por la hora –ingresa a las 7- le dan las 4, que es cuando finalmente pega las pestañas, no sin antes programar su despertador a las 6, para asegurarse de no llegar tarde de nuevo y ser distinguido por tercera vez como el tardón del mes, privilegio que antes sólo alcanzaron otros dos cuyos escritorios ahora vacíos sirven como triste recordatorio de que la impuntualidad –como la empresa- jamás paga.
6:10 am.
Para desgracia de nuestro personaje, la batería del celular que usa como despertador se agotó justo cinco minutos después que le encomendara su futuro laboral, por lo que a esa hora –cuando debería estar despertándolo a patadas- el aparatito duerme como un expediente en el Poder Judicial.

6.30 a.m.
La vejiga del tardón toma la palabra y lo lleva de los esfínteres al cuarto de baño, donde -mientras engríe a sus riñones- es feliz creyendo que le queda una hora más de sábanas, porque según su reloj biológico (que le despertó el deseo por las mujeres a los 13 y maduró sus órganos sexuales recién a los 28) la noche está entrando a su mejor parte.
De nuevo a bordo del colchón, al hombre le extraña que el Sol brille tanto a las 5 de la madrugada, por lo que (con la expresión desencajada del sacerdote que descubre que en el fondo es ateo mientras lo nombran obispo) se lanza como un kamikaze sobre su celular, sólo para descubrir que el aparato lo abandonó tan silenciosa y traicioneramente como todas las mujeres que prometieron amarlo para siempre… El tardón vuela a hacia la ducha.

En la ducha
Calato  como un perro viringo, el tardón descubre que la terma no funciona (en realidad lo descubre todas las mañanas, pero le da pereza arreglarla) así que, caballero, se aguanta el agua fría de la cisterna y se rasquetea el cuerpo con lo último del jabón que hace una semana dejó navegando a la deriva sobre el agua empozada en la jabonera.
A la hora de los dientes, el tardón aprieta como un forúnculo el tubo de pasta dentífrica para arrancarle el último suspiro. Como dicho contenedor superó hace rato la barrera del estrangulamiento, nuestro personaje pierde los papeles y chupa directamente del envase como un vampiro, con lo que logra obtener lo suficiente para refrescarse ligeramente la boca y evitar con ello que el olor a cripta de su aliento haga pensar a sus compañeros que ha fallecido durante la noche.

6.55 a.m.
Como su poca ropa limpia está sin planchar, el tardón no tiene mucho de dónde escoger, así que opta sin más trámite por lo menos arrugado de su ajuar (la ropa del día anterior) pensando que uno va a la empresa a trabajar y no a un concurso de belleza.

7.15 a.m.
En la cocina, nuestro héroe se inocula un combinado de plátano con pan y leche que termina mientras –a paso de carga- busca la puerta.
Acostumbrado a estas situaciones, el tardón sabe que es muy probable que pronto su estómago se convierta en una licuadora incontenible, por lo que antes de salir se guarda una par de servilletas en el bolsillo para no estar indefenso ante dicha eventualidad y, además, porque piensa que ser previsor es una característica importante de empleados responsables como él.

7. 25 a.m.
Mientras espera a la combi que nunca llega, la inclemencia del sol trujillano deshidrata indiferente a nuestro galán, quien repasa mentalmente la avalancha de excusas que le expondrá a su jefe para que le dé una nueva oportunidad (de llegar tarde).

7.40 a.m.
Ya en la combi –y full reguetón- el cambio brusco de temperatura sumado al perfume del día anterior de su ropa causan en el tardón un irreversible proceso químico de abombamiento que, por si fuera poco, se sazona con el aroma de otros viajantes histéricos (otros tardones, como él).

8.00 a.m.
Y como ocurre siempre cuando de malas noticias se trata, apenas llegado a su centro laboral (con una hora de retraso) al tardón le pasan la primicia: El jefe de Personal quiere verlo inmediatamente…
Convertido en una sopa humana, el tardón camina hacia lo que sabe inevitable. Lo hace en medio de las miradas de sus ya prácticamente ex compañeros, que lo contemplan como quien ve pasar un muerto (que lo es, por lo menos para la planilla de esa empresa) y mientras piensa que son injustos con él, que no se merece su suerte, que tiene que hacerse una limpia con algún chamán y en que todo el mundo está contra él…
Y –lo más triste de todo- piensa que al día siguiente deberá levantarse aún más temprano a buscar empleo, porque la vida está dura y, sobre todo, porque no quiere que le corten el cable y perderse cada noche su telenovela de antes de dormir, su único consuelo ante las muchas penurias del mundo laboral.

No hay comentarios:

Publicar un comentario