Por: Onán Huamán / psicoterapeuta naturista
Como se sabe, el hombre es un ser simple, capaz de tropezarse todos los días con el mismo bache o incluso contraer matrimonio más de una vez (que es más grave, porque en el primer caso por lo menos nadie resulta herido de consideración).
La mujer, en cambio, posee una capacidad de análisis y procesamiento de información que dejaría estupefacta a la más avanzada computadora de la NASA, por lo cual puede reaccionar ante un mismo estímulo en cientos de modos diferentes y excluyentes entre sí, que oscilan desde las comprensibles (que son las menos) hasta las increíbles (la abrumadora mayoría), es decir aquellas que no podrían desenmarañar ni un batallón de psicólogos.
Estas últimas constituyen lo que se llama el Instinto Femenino, también conocido como Sexto Sentido, o sea su habilidad de actuar contra toda forma de lógica conocida y tener siempre la razón.
A pesar de lo que pudiera pensarse, tamaña verdad no perturba al hombre. En primer lugar porque no la entiende y, en segundo, porque, por tratarse de un ser elemental, para ser feliz el hombre sólo requiere satisfacer sus necesidades básicas, que son: comer, dormir y reproducirse.
En cuanto a comer y dormir no hay problema, pues desde que caminaba en cuatro patas y compartía su domicilio con otros animales de menor tamaño el hombre estuvo especialmente dotado para ambas actividades, al extremo que hoy su estilo es el mismo que lucía hace 100 mil años y que seguramente seguirá luciendo en el año 3 mil.
Es en el tema de la reproducción donde surge la dificultad, pues para que su mecánica funcione a niveles psicodélicos se requiere la participación armónica de los dos, lo cual no implica –como piensan muchos hombres- que la mujer apoye en el asunto de bajarles los pantalones sino que ambos estén sintonizados en la misma frecuencia sexual, de modo que puedan interpretar a dúo la sinfonía del colchón.
Esto atañe sobre todo al hombre, quien por lo general cree que el sexo es un concierto solista, donde él no sólo es el dueño del instrumento sino que, además, tiene carta blanca para tocarlo cuando le dé la gana.
En Crónicas de Contempo somos conscientes de que estas innovadoras teorías serían difíciles de aceptar sin un contundente basamento científico, por lo cual ofrecemos algunas pruebas de las irreconciliables diferencias entre hombres y mujeres comparando sus comportamientos frente a estímulos concretos como:
LA ROPA
Salvo el caso de los metrosexuales (varones de una subespecie limítrofe con la de los cosmetólogos), un hombre sólo visita una tienda de ropa cuando la suya se cae a pedazos o puede competir con la de un vagabundo profesional.
Puesto en estas circunstancias –y ya en la tienda- para renovar su ajuar al hombre convencional le bastan cinco minutos, que es lo que le toma pagar el jean y los tres polos que tomó del primer escaparate que encontró.
Para una mujer, en cambio, la visita a una “boutique” no se relaciona necesariamente con la cantidad o calidad de su guardarropa sino con los vaivenes de la moda, que de un día para el otro puede convertir en cachivaches a sus mejores prendas (muchas de las cuales no tuvo tiempo de estrenar), que pasarán a la categoría de trapeadores hasta que se pongan de moda otra vez y deba comprarlas nuevamente.
Ahora, una mujer tampoco visita cualquier tienda sino “la” tienda, es decir aquella que encontró luego de varias horas de acuciosa búsqueda en pos del establecimiento que no sólo tenga lo último en ropa y accesorios sino que, además, satisfaga otras exigencias, como que su mercadería sea barata y, sobre todo, que parezca original, así se trate de lencería fina “Leomissia”.
Ya dentro del establecimiento, una mujer puede pasarse tranquilamente dos horas escogiendo un miserable calzón, no sólo por la catarata de variables que intervienen en su criterio de selección sino porque además debe analizar el comportamiento de las demás compradoras respecto de la susodicha tanga con el fin de no “comprar algo que todas tienen” y, además, para evitar ser sorprendida por alguna amiga adquiriendo ropa de baja estofa que luego planea hacer pasar por original.
Ya en casa y frente al espejo, la mujer convencional llegará a la lamentable conclusión de que se equivocó en la mitad de sus compras, que la ropa pegada ya no le queda como antes, que está gorda y que su vida es un desastre.
EL CINE
Para el hombre el cine es un lugar a donde acude modestamente a ver películas, comer algo (si tiene plata) o (si tiene la oportunidad) echarle mano a algún asunto de su interés, que casi siempre se encuentra metido bajo la ropa de su pareja.
En cuanto al filme, mientras incluya balazos, explosiones y mujeres apetitosas será perfecto, así la trama (¿?) se desarrolle en la Galaxia de Andrómeda y el filme esté hablado en ruso y subtitulado en alemán.
Por su parte, para la mujer el espectáculo del cine se inicia a la entrada del mismo, donde siempre puede encontrarse con alguna amiga con la cual conversar acerca de temas trascendentes que sus insensibles parejas (que a esa hora sudan como caballos en la cola para comprar las entradas) no saben apreciar, tales como la vida de los demás, noticias de los personajes de sociedad o la farándula (a la cual ellas no pertenecen ni pertenecerán jamás) o la importancia de contraer matrimonio antes de ser atropelladas por el calendario.
En lo que respecta a la película, una mujer sólo es capaz de disfrutarla cabalmente si tiene como leit motiv al amor en cualquiera de sus variantes, particularmente el amor romántico, por el cual ellas sienten particular inclinación debido a su tendencia a identificarse con la protagonista, así ésta viva en New York y ellas en San Andrés.
Sobre la historia en sí, ésta debe desarrollarse en el planeta Tierra, en esta dimensión y en tiempo presente, pues para la mujer convencional cualquier variación espacio-temporal o ingrediente ficcional de difícil digestión intelectual convertirá la película en un potente somnífero. Esto siempre y cuando el protagonista no sea el galán de moda, porque si lo es la cosa cambia y la mujer sí será capaz de disfrutar el filme, aunque no lo entienda.
LA JUERGA
Acerca de la juerga (reunión cuyo único fin es la licuefacción hepática y cerebral de los participantes), la diferencia básica entre los sexos radica en el motivo de la atracción que ejerce para unos y otras.
Para el hombre la juerga es (al igual que sus aventuras amorosas) el equivalente a una raspadilla, es decir algo que puede disfrutar cuando le plazca, debido que para ello sólo requiere de otro hombre (para la juerga, no para sus aventuras) con el cual compartir el trago, pues a diferencia de otras actividades que puede realizar de modo unilateral (entre éstas el sexo), para un hombre la idea de divertirse de a uno es una aberración, pues no tendría con quién alardear de sus conquistas imaginarias.
A la mujer, en cambio, la juerga le resulta irresistible debido al baile, actividad capaz de ejercer sobre la psique femenina una fascinación tan grande como aquella de la flauta sobre las serpientes, así la gran mayoría de ellas sean (al igual que los mencionados ofidios) completamente sordas para la música (y sus parejas).
Existen algunas mujeres (95%, más o menos) que combinan las tendencias masculinas (el trago) y femeninas (el baile) de disfrute juerguístico, lo cual trae como resultado novedosas danzas cuya descripción está más allá del alcance de las letras, la antropología, el folclor y el buen gusto en general.
En un próximo artículo analizaremos las causas de la vehemente necesidad masculina de ser infiel… No se la pierdan…Y si se la pierden, aténganse a las consecuencias.
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