lunes, 8 de agosto de 2011

Los predicadores ambulantes


Como se sabe, la ruta más corta para alcanzar el cielo es la mortificación, y dado que en la actualidad la gente se niega rotundamente a mortificarse por las buenas, nuestros modernos propagandistas de lo metafísico se han visto obligados a catapultarnos al paraíso convirtiéndonos en santos en base al sencillo proceso de martirizarnos semanalmente con sus prédicas, las cuales tienen la mística facultad de sorprendernos justo cuando estamos inmersos en cualquier otra actividad que SÍ nos importa.

Así, a un pecador afortunado le bastará tan sólo pensar en tomarse un par de horas de descanso (tras laborar como una yunta de bueyes en la oficina) para que los antemencionados bibliofílicos toquen a su puerta con una autoridad e insistencia que no se atreve a ejercer ni él mismo, que es quien paga los recibos.
Luego, ya frente a los conscriptos de lo inconmensurable la víctima podrá esgrimir todo tipo de argumentos, súplicas y promesas de contricción para evitar o por lo menos posponer la verborrea sacra sin lograr que a los hijos del Altísimo (y la grandísima) se les mueva una pestaña o cedan un milímetro en sus intenciones catequizantes, con lo cual al bienaventurado escuchante no le quedará sino soplarse todo el discurso, a lo largo del cual irá trascendiendo sentimientos mundanos como la frustración, la ira y toda clase de instintos asesinos al grado de quedar (luego de dos o tres sesiones de este tipo) convertido en una tortilla de resignación, que será cuando no le reste sino morir para acceder a su puesto de querubín en el cielo, donde hará todo lo posible para que los predicadores se vayan directamente al infierno o por lo menos pasen unos 10 mil años en el purgatorio, lugar en el que, como su nombre lo indica, los visitantes son purificados con terroríficos laxantes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario